"Los Reyes son los padres", le habían dicho en el cole. "Los Reyes son los padres"; las palabras resonaban en su mente mientras, acostado y con la luz apagada, esperaba a oír los ronquidos en la habitación contigua. "La noche de Reyes te quedas despierto y cuando tus padres ya duerman les registras la casa, y ya verás cómo encuentras juguetes escondidos...".
Por fin los
oyó. Esperó un rato más, que cogieran bien el sueño, y luego se levantó y salió
de su cuarto. Anduvo descalzo y sin encender la luz, pues sus padres dormían
con la puerta abierta: conocía bien la casa, y una vez se le acostumbró la
vista no le costó guiarse en la semipenumbra. El único sitio donde podían haber
escondido juguetes era el armario trastero; no entendía cómo no se le había
ocurrido nunca antes, era tan obvio. Quizá por eso, porque era demasiado obvio.
Y, en
efecto, allí estaban, envueltos en papel de colores. Aunque no podía ver cómo
eran, distinguía sus formas y tamaños, y al tocarlos percibía sus texturas:
esto es un pijama, esto es un Gi Joe, esto es un patinete...
Los Reyes
son los padres. Volvió a meter los juguetes en el armario, entró en la cocina,
agarró un cuchillo de trinchar y se dirigió al dormitorio de donde salían los
ronquidos.
El policía,
tembloroso, apenas pudo balbucir: "¿Por qué?".
- No me
trajeron la Playstation.
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